martes, 24 de julio de 2012

Algunas impresiones de mi viaje a Galicia



La carga del saber no está hecha para todos. Muchos curiosos insuficientemente sabios no pueden soportarla. Yo creo que el escritor perfecto debería saberlo todo sobre el mundo y sobre los hombres; conocer cada región, cada sentimiento y cada idea… y acertar con las palabras que más se acerquen a su expresión. Ambas cosas son imposibles. Por tanto, hay que “saber saber” sin abrumarse, y aceptar que lo que se conoce es siempre poco, por mucho que se lea, se viaje y se aprenda.

De todos modos, nos gusta viajar por todas partes con ingenuo entusiasmo. A veces nos sirve solo para comprender que nada es tan radicalmente distinto a como habíamos pensado, y que las mayores diferencias son construidas por ficciones humanas. Fotografiamos lo que no entendemos, formas que se nos escapan, paisajes fugitivos…

Sin embargo, en mi reciente viaje a Galicia he comprobado que se trata de una región con fuerte personalidad. Allí, los acantilados se confunden con barcos vivos que se aventuran en el océano, respetuosos en su gallardía. En cambio, algunas embarcaciones parecen incapaces de avanzar en las aguas infinitas. También hay edificios cuyas ventanas se asemejan a las de los camarotes de navíos.

Las fronteras entre el agua y la tierra se desdibujan en los paisajes gallegos, y uno se cree capaz de atravesar el aire y de abarcar el océano con la mirada. En realidad, el ser humano apenas ha dispuesto algunas modestas islas en el paisaje, con ingenio pero sin excesivas pretensiones. Las pequeñas cascadas del mar explotan en acantilados. La nieve artificial se acumula en las ventanas. Las aves vuelan a ras de suelo, expresando con sus voces todos los sentimientos, o se detienen en las rocas en actitud meditativa. Viejos amantes de Dios rezan en las iglesias. Los mosquitos revolotean en monasterios olvidados.

En Pontevedra, ciudad bulliciosa y entusiasta como pocas, presencié un concierto de jazz al aire libre. Dado el numeroso público asistente, tuve que colocarme lejos del escenario, de manera que no podía observar a los músicos con claridad. Pese a ello, aprecié que tres de ellos eran calvos. El que se hallaba más a la derecha tocaba la batería con ritmo frenético. El situado en la parte izquierda tocaba el piano y se encontraba de espaldas al público, de modo que no le veía la cara, pero sus gestos (así como los sonidos que creaba) eran pausados y elegantes. Se me ocurrió que tal vez el hombre de la batería era el mismo que el del piano, expresando las dos partes más antagónicas de su personalidad a través de la música, en el mismo sentido que el personaje protagonista de “El lobo estepario”, obra maestra de Hermann Hesse. 

Todo lo que escribo es, por supuesto, el reflejo de mi percepción subjetiva. No soy buen fotógrafo, pero si tenéis cuenta en Facebook podéis mirar aquí las imágenes que he captado en mi viaje: https://www.facebook.com/media/set/?set=a.4412814282819.180021.1362653143&type=1  En cualquier caso, diría que Galicia es sobre todo un lugar estupendo para detener incluso el rumor de los pensamientos y escuchar la melodía de la naturaleza. No es ella quien se separa del hombre. Al contrario, se esfuerza en facilitar el reencuentro regalándonos sus innumerables bellezas.

domingo, 15 de julio de 2012

El Consejo de Maestros aprueba la Guía para el uso racional del idioma


Después de largas e inteligentes deliberaciones, nuestro Gobierno ha decidido establecer lo que algunos han dado en llamar “impuesto por palabras” (un portavoz del Consejo de Maestros lo ha definido con mayor acierto como “Guía para el uso racional del idioma”). En efecto, a partir de ahora las personas que pronuncien más de mil palabras al día o escriban más de doscientas deberán pagar un euro por cada palabra extra.
Nuestro Presidente ha explicado que el objetivo de esta medida es “promover un uso responsable e inteligente del lenguaje”, evitando así insidiosos rumores y conversaciones sin sentido. Como ha declarado el Presidente, “el lenguaje es un bien muy valioso que no debemos desperdiciar”, ya que sería un grave error “hablar más de lo que se tiene que decir”, algo que por desgracia ocurre constantemente.
Como es natural, los medios periodísticos pueden exceder el límite de palabras, puesto que “realizan una impagable labor de comunicación” de los proyectos gubernamentales. Desde nuestra humilde redacción queremos darle las gracias al Presidente por su enorme generosidad. Le prometemos seguir con la labor informativa que emprendimos hace ya muchos años, y en la que continuamos creyendo con firmeza. Somos conscientes de que los medios tenemos la gran responsabilidad de contextualizar cada una de las declaraciones del Gobierno, explicando a los ciudadanos su profundo significado. Asimismo, nos aseguraremos de que nadie se pierde ni una sola palabra que el Presidente y sus Maestros decidan expresar.               
Con objeto de llevar a buen término la Guía para el uso racional del idioma, se repartirán en los 587.496 edificios gubernamentales las máquinas correspondientes que medirán el número de palabras empleadas por cada ciudadano. Aunque sin duda es innecesario, se recuerda que su utilización es obligatoria las 24 horas del día. El Gobierno ha establecido el apropiado tiempo de un mes para que todos tengamos ya instalado el aparato en nuestros cuerpos. Todavía no se sabe el aspecto o la forma de la máquina, pero desde el Consejo han asegurado que su uso no conllevará efectos negativos para la salud, así que nos quedamos tranquilos.
El contenido completo de la Guía aún no ha sido publicado, pero este periódico ha podido averiguar que el empleo de algunos vocablos permitirá ampliar el número de palabras que cada persona estará facultada para expresar. Por otro lado, también se facilitará la lista de insultos que estará prohibido emplear en cualquier circunstancia. Su uso reiterado será castigado con la mudez absoluta y, en casos extremos, con la cárcel.
En los próximos días tendremos el placer de seguir informándoles de los detalles pormenorizados de esta nueva medida auspiciada por el Gobierno con la independencia, objetividad y rigurosidad que nos caracterizan.

lunes, 9 de julio de 2012

La muerte del cardo



Como cada día – exactamente igual que cada día– vas al parque que está a cinco minutos de tu casa. Cae el atardecer. Atraviesas la sombra que el sauce proyecta al inicio del camino. Durante el invierno es un lugar solitario y olvidado. En la época veraniega es frecuente que los niños se columpien, se persigan o se escondan. No les prestas atención, ni a ellos ni a las parejas que se besan alguna vez entre los árboles. Tienes un objetivo.

Subes unos escalones y tuerces a la izquierda. Recorres la pasarela que discurre sobre el lecho fluvial. El agua te acompaña con su callado susurro. Miras hacia delante avanzando con pasos lentos, solemnes. No conoces el lenguaje de la prisa. Tus pulsaciones se ralentizan a medida que te acercas a la meta.

Florecen los cardos detrás de la escultura del viejo emperador. Siempre están ahí envueltos en su carne violácea, un poco apartados y con sus espinas incontables apuntando en todas direcciones. Nunca te has atrevido a tocarlos, pero cada día te arrodillas ante ellos, sacas tu cámara réflex y lanzas decenas de instantáneas que desnudan sus detalles íntimos. No se te antoja una labor repetitiva. Fotografías el tallo, la flor, el suelo en que se asientan. Maximizas el zoom para captar la soledad de cada espina. Cuando tienes suerte, retratas a una abeja en plena polinización. En ocasiones te miran insectos o personas, pero no hay ojo capaz de distraerte ni voz que llegue a tus oídos.

Una vez has finalizado regresas a casa. Tus pasos son más ágiles. Estás deseando encender el ordenador y observar las imágenes en el programa de retoque fotográfico. Aumentas el contraste, ajustas el brillo e incluso modificas los colores; en tus imágenes más artísticas, los cardos se disfrazan de arcoíris y cada espina posee su propio matiz. Después guardas los archivos originales en una carpeta del disco duro y los modificados en otra. En total son 296 462 imágenes hasta el día de hoy.

Al día siguiente, de nuevo sales a tiempo para contemplar los cardos iluminados por el atardecer. Es primavera y luce el sol. Los rayos palpan tu piel como una caricia templada. Una brisa irregular sacude las hojas del sauce. Aceleras el paso. Sientes que una amenaza se despliega en el aire invisible. Los sonidos de las aves te inquietan, como si hubiera cambiado su canto. Ni siquiera la figura estable del emperador mitiga tus pulsaciones.

Empiezas a correr. Levantas los pies del suelo con desesperación, impulsado por una extraña llamada de socorro. Enseguida alcanzas la zona de los cardos. Pero no hay cardos. Tan solo un amasijo de hierbas aplastado por una fuerza implacable, tal vez mecánica. Te derrumbas y lloras.    

lunes, 2 de julio de 2012

El acierto de equivocarse




Así como el universo se expande, tal más rápido que la luz, deben ampliarse cada día nuestros horizontes. Cada jornada debe ser como un nuevo cuadro vital. Una nueva sensación, un nuevo olor, una palabra diferente… cada novedad ha de ser celebrada como extensión del espíritu, incluso si a primera vista parece ejercer una influencia negativa en nuestra existencia.

Las consecuencias de todo son siempre imprevisibles a largo plazo, puesto que la naturaleza de la vida se basa en el caos y en el azar. Así pues, esforcémonos en ver más allá de lo obvio, y quizá con el tiempo seamos menos ciegos. Evitemos caer en el vicio de las luces de neón. Para saber donde están mis ojos, no necesito luz. De hecho, a veces es en la oscuridad donde uno se encuentra más fácilmente. Las luces brillantes, así como las impresiones fuertes, suelen nublar el juicio.

Y tampoco cometamos la equivocación de canonizar la experiencia como único referente de nuestros actos y pensamientos. Decía Oscar Wilde que uno nunca lamenta sus propios errores. Tal vez sea así. Quizá la mejor manera de aprender de los errores sea aislándonos y no pretendiendo que se conviertan en una norma universal. Lo que un día fue un error, puede ser un acierto al siguiente. Y es preferible equivocarse muchas veces que acomodarse en la inacción.