lunes, 28 de mayo de 2012

Mar poético


“Lector, ya conoces a tan delicado monstruo, -lector hipócrita-¡tú, mi prójimo, mi hermano!” En estos versos que escribió Baudelaire en su obra Las flores del mal, el monstruo no era otro que el tedio. La poesía es una forma excelente de espantar el tedio, como demuestra Olga Bernad en sus versos. El pasado jueves tuvo lugar en el Fnac de Plaza de España la presentación de su último libro, El mar del otro lado (editado por Ediciones de la Isla de Siltolá), que incluye 22 poemas nuevos y recopila otros antiguos.
La autora estuvo acompañada durante la presentación por los poetas Mariano Ibeas y Antón Castro. Ibeas citó a Baudelaire y comentó las impresiones que le suscitan los versos de Olga Bernad, cuyas palabras “unidas por su mirada poética” son una caricia para el espíritu.
El libro habla del mar, de la luz, de los sueños, de bellas ambiciones y del amor. Antón Castro alabó la “iluminación permanente” y el “encuentro de metáforas” que caracterizan la obra de Olga Bernad. Algunas de las cualidades que destacó fueron la polisemia de su poesía, el toque narrativo que suele imprimirle y su capacidad intuitiva para alcanzar la belleza del lenguaje. Quien desee comprobarlo puede leer su blog: http://cariciasperplejas.blogspot.com.es/

La perfección es el objetivo de Olga cuando escribe: “Justo lo que no hay en la vida”. Reconoce que tan alta aspiración la condena de antemano al fracaso, pero no por ello deja de ser meritorio el intento, como apreciaron los asistentes con las recitaciones de varios de sus poemas. Especialmente brillante fue la declamación de María Pérez Collados, del grupo Confussion, que combinó la belleza de su voz, de su música y de los versos.

La autora afirmó que “la felicidad es un mal tema literario”. Pero libros como El mar del otro lado consiguen transformar el miedo y la insatisfacción en una fuente de belleza. Sus poemas, elegantes y no exentos de misterio, proporcionan la ruta de navegación para emprender un viaje único e intransferible. 

martes, 22 de mayo de 2012

Carta a la Muerte



Señora Muerte:

Le escribo con la esperanza de que no me conteste, ya que es por todos sabido que su única respuesta, tanto a las plegarias de la humanidad como a sus maldiciones, es la aniquilación de la vida. A decir verdad, tampoco estoy seguro de si es correcto el empleo de la forma femenina. En cualquier caso espero no ofenderla con mi tratamiento, que se rige por la tradición.

El humilde propósito de esta carta es agradecerle su visita a algunas personas que me eran profundamente ingratas. Con especial alborozo la felicito por su obra del pasado miércoles, cuando puso fin a la miserable existencia de mi suegra. Aunque no pude presenciarlo, su caída escaleras abajo debió de ser muy vistosa.

No es menos destacable el final del amante de mi esposa. Un accidente de coche es un método – si bien bastante recurrente – rebosante de infinitas combinaciones, de las cuales escogió, sin duda, la más artística. Ni un asesino profesional lo hubiera hecho tan bien. Aunque, bien pensado, ¿quiénes somos los hombres para calificarnos de profesionales en el desempeño de matar? Ninguno de nosotros, por grande que haya sido su obstinación, puede atribuirse ni una mísera porción de sus méritos, señora. Los genocidios nazis, las depuraciones soviéticas, las cruzadas religiosas… palidecen ante sus innumerables recursos. No hay discusión: la única profesional es usted.

Por si fuera poco, también tuvo la simpatía de aniquilar a mi jefe, que el día anterior había estado a punto de despedirme del trabajo. Si no supiera que es usted totalmente independiente e inescrutable, diría que ha estado trabajando para mí con encomiable voluntad y formidable acierto. No solo me he librado de las amenazas y descalificaciones de mi superior; ahora ocupo su puesto, lo que me da la oportunidad de amenazar y descalificar a otros.

Le estoy infinitamente agradecido. Tan sincero es este sentimiento que le prometo no resistirme cuando vaya a buscarme. Le entregaré mi vida de buen grado, aunque me permito suplicarle que me deje disfrutar de ella el mayor tiempo posible, ahora que empieza a merecer la pena.

No quiero entretenerla más, ya que sin duda estará ocupada. Como desconozco dónde se encuentra su residencia habitual, he juzgado conveniente depositar el sobre – con toda humildad y la mayor cortesía – sobre la tumba de mi suegra.

Con mis mejores deseos, me despido de usted y le deseo que pase un feliz día

Buena Persona Anónima

martes, 15 de mayo de 2012

Adiós a Dios


Dios no es necesario ni científica, ni filosófica, ni moralmente. Es más, diría que la idea de Dios que predomina en las religiones monoteístas es muy perjudicial para el espíritu humano. Dios es un reduccionismo del intelecto en el que han caído pensadores tan profundos como Descartes. No se requiere su existencia, ni que nos haya creado por un motivo que se nos escapa. Podemos honrar a nuestra especie sin que nadie nos dé órdenes desde un cielo imaginario.

Reconozco que Dios fue conveniente en otras épocas, por ejemplo en la Edad Media. La vida era tan dura que las esperanzas se situaban más allá de la muerte. Además, reconozco que muchas de las virtudes que proponen el catolicismo, el judaísmo y el islamismo son positivas y necesarias para construir el futuro de la humanidad, y afirmo mi total respeto hacia los creyentes (así como mi firme desacuerdo con sus posturas más tradicionales). 

Hoy cada uno es libre de buscar su propio paraíso terrenal. Las diferentes versiones de Dios enfrentan a sus seguidores, impidiéndoles ver que podemos amar a cualquier mujer u hombre sin importar su raza, su nacionalidad, sus creencias… Toda la humanidad está disponible para ser amada. ¿Por qué elegimos el odio en tantas ocasiones…?

Debemos valorarnos más como cúspide de la evolución de la vida, o al menos de la inteligencia. Como preconiza el existencialismo, es hora de asumir la responsabilidad de ser inteligentes. Dios es una excusa para no afrontar los problemas y para sobrellevar mejor las penas y sinsabores de la vida. Quizá matando a Dios en nuestra consciencia nacerá el auténtico ser humano, libre e independiente, bondadoso y único. 


martes, 8 de mayo de 2012

Estériles abismos



A veces parece que un abismo separa a todos los hombres;

un abismo hecho de silencio, ruido e incomprensión.

Hay días en que uno es incapaz de reconocerse como ser humano,

y por más que pretenda entender a sus semejantes

no puede oír una sola palabra,

ni descifrar un solo rostro.



Hay momentos en que la vida se parece sospechosamente a la muerte;

en los que morir parece razonable y digno.

Cuando la existencia se convierte en una carga pesada,

y no se valoran los pequeños ni los grandes placeres,

recorren tu cabeza ideas fulminantes.



Pero las imágenes negras pasan como una diapositiva por mi cerebro.

Las sustituyen otras que no necesitan explicación.

Quizá nada de lo que tiene sentido valga la pena.

Quizá las grandes preguntas de los filósofos

solo se formularon para torturarnos.

martes, 1 de mayo de 2012

Inspiración mortal




Había una vez un joven escritor que deseaba conocer a la Inspiración y nutrirse de ella. Escuchó que estaba predicando en un pueblo y se dirigió hacia allí. Por el camino se encontró a un anciano que acarreaba una gran carga de leña. Sin saber por qué, se le ocurrió que aquel hombre debía de haber experimentado grandes aventuras y que podía ser el protagonista de su novela. Se quedó observándole ensimismado (tal vez un par de horas), hasta que lo perdió tras unos arbustos. Al llegar al pueblo, el escritor descubrió lleno de pesadumbre que la Inspiración se había marchado.
 
Preguntó en varias casas, averiguó su nueva ruta y se puso en marcha. Cerca de su destino divisó a una mujer desnuda que nadaba en un lago. Le dio la sensación de que no lo hacía con demasiada habilidad; cuando se acercó a la orilla, comprobó con horror que se había ahogado. El tiempo que perdió con el incidente provocó que la Inspiración se le escapase de nuevo.
 
Pasaron décadas y el joven se convirtió en un viejo leñador cuyos libros nunca salieron de su mente. Por más que persiguiese a la Inspiración en cualquier parte y por cualquier medio, siempre llegaba tarde.
 
Un día le soplaron que se hallaba en un pueblo próximo, pero que estaba muy enferma y no viviría mucho. Confió en que, en tan penosas condiciones de salud, no se le escabulliría. Recorrió a gran velocidad el sendero que conducía al hospital donde la Inspiración agonizaba. La emoción se le desbordaba en la sangre. Sus febriles conjeturas acerca de los ojos, la voz, la personalidad y los pechos de la Inspiración fueron demasiado para él y padeció un infarto. Cuando recuperó el conocimiento, estaba en la sala del hospital y le atendía una bella enfermera. Al verla, sus pulsaciones se aceleraron y lanzó un grito: “¡Por fin he encontrado la Inspiración!” Segundos más tarde, su corazón se detuvo.