jueves, 28 de abril de 2011

¡Me han dado un premio!








El 28 de abril ha sido un día importante en mi carrera literaria, si puedo llamarla así. Por la mañana me sentía de mal humor, contrariado a causa de problemas informáticos, resultados futbolísticos desagradables y escasez de sueño. Además me despertaron temprano para inspeccionar la caldera, que ya se ha estropeado media docena de veces. No tenía ganas de hacer nada, así que a las diez me volví a la cama. Al poco rato, oí un sonido proveniente del salón: un mensaje de móvil. Imaginad mi reacción al levantarme mientras me preguntaba quién demonios me reclamaba ahora que por fin había logrado dormirme otra vez y olvidar tanta tontería.




Pues bien, esta inoportuna comunicación se produjo para notificarme que había ganado el XXX Concurso Literario Para Jóvenes convocado por el Ayuntamiento de Albacete, con una dotación económica de 600 euros y la posibilidad de publicar en la prestigiosa revista Barcarola. ¡Todas mis preocupaciones se despejaron en un segundo! Este reconocimiento a una labor silenciosa que me apasiona (y en la que no pienso cejar) supone sobre todo un impulso y una motivación para seguir escribiendo.



Quizá os preguntéis cuál ha sido el relato galardonado. Se titula El inventor mental y trata sobre un tipo que se vanagloria de sus grandes inventos, que nunca salen de su propia mente. Los lectores son los que permiten que los inventos de un escritor salgan de su cabeza y adquieran verdadero valor, así que doy las gracias desde este espacio a cada uno de mis lectores, que pueden sentir este premio como si fuera suyo. Porque en realidad lo es.

lunes, 25 de abril de 2011

Nietzsche Vs Einstein



















Recientemente se celebró dentro de mi cabeza un combate póstumo entre Nietzsche y Einstein. No hubo animadoras que amenizaran los descansos, ni entrenadores que alentaran a los protagonistas a resistir hasta la muerte, ni tampoco los gusanos interrumpieron el flujo de ideas contrapuestas. No hubo ganador ni siquiera a los puntos, entre otros motivos porque a Nietzsche le habría parecido demasiado burdo reducir el combate a una mera cuestión cuantitativa.

En mi opinión, Nietzsche es absolutamente certero en su crítica a las religiones. En textos como “El Anticristo” demuestra un gran conocimiento del espíritu humano, de sus temores y sus ficciones divinizadas. Acaso el filósofo alemán sea el mayor crítico de la historia del pensamiento. Pero, en aspectos científicos, creo que su visión se cierra demasiado en sí misma. Coincido con él en que las matemáticas son en gran medida una ilusión de certeza, una invención creada por el hombre para ordenar el mundo en su mente. Pero no creo que el deseo de conocer el universo en que vivimos y desentrañar sus misterios; el deseo, en suma, de aumentar el conocimiento científico, así como cualquier conocimiento, sea una señal de decadencia, sino todo lo contrario. Forma parte de la evolución humana, de su desarrollo cerebral, el planteamiento de preguntas acerca de su entorno y de sí mismo y el empeño en su resolución.

La ciencia ha convertido en tangible lo que antes parecía increíble y seguirá haciéndolo en el futuro. Entiendo que la ciencia nos puede llevar a la decadencia, a una vida insulsa desprovista de sensación, a forjarse universos mentales carentes de oxígeno vital. Y sé que su descontrol tiene consecuencias terribles, hasta el punto de que Einstein lamentó amargamente las consecuencias atómicas de sus descubrimientos. Pero también incrementa nuestra sabiduría y ensancha nuestro horizonte. La vida moderna sería un error sin la ciencia, del mismo modo que lo sería sin arte.

En último término, dice Nietzsche que los elementos de la naturaleza funcionan de determinada forma, pero podrían hacerlo de otra, pues las relaciones entre las cosas no son necesarias. Esta especulación sobrepasa los límites de la audacia intelectual hasta convertirse en una cábala de escaso fundamento. ¿Por qué debemos admitir un funcionamiento hipotético, cuando hemos descubierto evidencias del funcionamiento real? Aunque apenas hayamos erosionado el misterio del origen de la vida, los logros científicos alcanzados por el ser humano, gracias a figuras como la de Einstein, deben constituir motivo de orgullo, del mismo modo que las mayores creaciones literarias, musicales o plásticas.

La negación de un concierto universal no difiere en exceso de la creación de un mundo eterno e ideal preconizada por Platón, tan brillantemente refutada por Nietzsche. Supone otra manera de encerrarse en una caverna. El orden existe, exista o no un Dios, demiurgo o inteligencia que lo disponga. Aliento la fascinación por comprender ese orden, aunque se trate probablemente de una batalla perdida de antemano por las intrínsecas limitaciones de la especie humana.

De todas maneras, mostrarse crítico con Nietzsche es la mejor manera de honrar su legado. Discrepar de sus ideas debiera ser una obligación para todos sus lectores.





miércoles, 20 de abril de 2011

Un reparto desigual








Ya ha pasado un año desde que se divorciaron. Fue una separación rápida, consensuada con ese tipo de consenso que no satisface por igual a las dos partes. Ella quería un divorcio pacífico y él estaba demasiado triste como para levantar la voz.


Acordaron enseguida el reparto de los bienes materiales. Para ella, el coche y la casa; para él, los antidepresivos. El juez consideró que todo se hallaba en orden y firmó el divorcio, con los mismos ademanes que habría empleado para rematar un recibo o una sentencia de muerte.


Cuando llegó a casa de sus padres, se sintió muy en deuda con su ex mujer: él se había quedado con todos los recuerdos.

sábado, 16 de abril de 2011

Contigo me iría a un mundo sin poesía




Ningún idioma hace milagros,

ni crea amor donde hay distancia.

De las palabras no brotan alas;

tan solo la estela de un pájaro que se marcha.



Perdóname si alguna vez lloré por ti:

no quise ser tan lastimero.

Las lágrimas dicen todavía menos.

Se llora por banalidades, se ríe por compromiso.

El lenguaje del alma se ha convertido en espectáculo.



Solo sé que, contigo, no necesitaría un solo verso.

Es mejor ser un hombre alegre que un poeta triste.

Mas de la poesía prescindir no se puede,

cuando hasta los latidos solitarios parecen.



El silencio te llama, el vacío se agranda.

Sé que no estás al otro lado del muro que,

en vano, tratan de derribar mis versos.

Sé que cada paso que das te aleja de mí.

Nuestro futuro es una sombra,

una mancha nuestro pasado.



Ahora es cuando debiera

despedirme de ti, junto al poema.

No sé cómo hacerlo.

No puedo asegurar, aunque quisiera,

que estos son los últimos versos.

martes, 12 de abril de 2011

Léalo




Hace algunas semanas disfruté, entre la admiración y el asombro, una película de 1992, dirigida por Jean-Claude Lauzon y titulada Léolo, que contiene tanta poesía como muchos poemas juntos. Borgiana por momentos, kafkiana a ratos, trata sobre un niño que sueña. Pero la vida no es solo soñar. Por ello se convierte con tanta frecuencia en una desgracia. Y, cuando la herida de un sueño explota sobre el alma, no es sangre, sino lágrimas, el fermento que la desgarra. La recomiendo con ardor a cinéfilos y literatos.


Uno de los personajes de esta película es el llamado “domador de versos”. Me inquieta esa idea de que el verso necesita ser domado. Yo no soy capaz de hacerlo; tan solo dejo que se desboquen sin control. Versos anarquistas, versos con los ropajes que han querido enfundarse, sin el sentido que a mí me habría gustado que tuvieran… versos que consiguen enamorarme, aun a sabiendas de que son malos, versos seductores, con más galantería que arte, versos que no existen en mi mente ni en mi corazón, sino que toman vida propia al margen de mi voluntad… así son mis versos. Tan pocos míos como de cualquiera.


Todo está escrito, sí. Pero yo sigo creyendo que existe una fórmula secreta de palabras que revela algo más, algo nuevo pero que ha estado siempre. ¿Cómo atraparlo sin anular su contenido? ¿Cómo domar el lenguaje conservando su vuelo?

viernes, 8 de abril de 2011

Sobre la naturaleza y la inteligencia







Vamos a conceder un descanso a los protagonistas de mi novela (que, repito, no son los extraterrestres sino los seres humanos que a su alrededor orbitan) para reflexionar de nuevo acerca del origen de la vida. Creo con firmeza que se puede aprender mucho de lo poco que sabemos. Anticipo la conclusión a la que llego: la prepotencia de la especie humana es el resultado de su inteligencia elevada al cubo.


Se dice, en estos tiempos de confusa globalización, de identidades en la sombra, que la inteligencia de una persona radica en su capacidad para establecer relaciones entre distintas áreas. No seré yo quien discuta la validez de tales planteamientos. Me limito a recordar que las relaciones entre distintas áreas y sus consecuencias entrelazadas se remontan millones de años atrás en el tiempo. Un cambio en el clima podía, por ejemplo, suponer la extinción de toda una especie (o de varias especies). Las relaciones que nosotros creamos o vislumbramos no impresionarían a la Madre Naturaleza que, como bien decía Víctor Hugo, habla sin que escuchemos.


Ahora el hombre quiere transformar el mundo en pocos años, cuando la vida de la que procede y forma parte fue desarrollándose poco a poco, en millones de años de paciente evolución. Y además lo hizo partiendo de una base común: nuestro código genético no es distinto al que rige el comportamiento de las amebas. Bien es verdad que el ser humano ha creado su propio universo. Pero la vida surge de la integración de las moléculas. Si, como creen los existencialistas, el hombre se reinventa a sí mismo y crea a cada instante su futuro, ¿no debería concebirse el porvenir impulsando la integración de las personas? ¿Por qué, entonces, desintegramos aquello que nos une? ¿Por qué prendemos los libros que, con distinto nombre, hablan del mismo Dios?


Proteccionismo, nacionalismo, integrismo… ¡funestos términos que engloban los peores conceptos de desunión humana! Si siguiéramos el ejemplo de nuestras células, que se especializan en una función concreta pero poseen la misma dotación de material genético, sabríamos que cada persona no es un compartimento estanco y que posee un núcleo común.


Sartre hablaba del desamparo del hombre. Matizo al sabio: el hombre no está solo porque tiene a otros hombres, mujeres, niños y ancianos con los que atenuar su desamparo. Cada hombre, mujer, niño y anciano es diferente, maravillosa y deliciosamente diferente. Para lograr una fusión con la naturaleza, en vez de un enfrentamiento abierto que suponga la derrota de la naturaleza y del ser humano, debemos encontrar el modo de conciliar la diversidad y la semejanza, el individuo y el conjunto, la libertad y la responsabilidad. Este es, a mi juicio, el mayor reto del milenio que alborea, la disyuntiva en que se debate el futuro de todas las especies. Seamos el timón (y no el tsunami) que guíe la evolución de la vida.

lunes, 4 de abril de 2011

Así termina el primer capítulo

Por fin respiró. Su trabajo cabalgaba en agobios día tras día, pero nunca antes había tenido una jornada tan ajetreada. Ahora sentía que toda su experiencia había sido un entrenamiento indulgente que a duras penas le permitió sobrevivir a su más dura mañana. Víctor se levantó a las 6:50 y a los cinco minutos ya estaba duchado, a los diez desayunado y a los quince circulaba con su veterano Renault Clio en dirección a los estudios de radio. Era el primero en arrancar cuando el semáforo se ponía verde y el primero en frenar en los pasos de peatones y, aunque no conducía muy deprisa, sus acompañantes (cuando los había) tenían la impresión de que su manejo era similar al de un piloto de carreras. Si el tráfico lo permitía se quedaba mirando con fijeza al transistor de radio, como si pudiera verle los ojos, o como si imaginara a través de sus palabras al artista musical en pleno concierto, o a los políticos en sus mítines o a los terremotos desbaratando el mundo con sus caprichos.

La mañana de Víctor Izquierdo, locutor de noticias de Aragón Radio en Zaragoza, empezó con la efervescente rutina diaria. Durante el trayecto en coche ejecutó sus ejercicios respiratorios y bucales, necesarios para que su potente voz retumbara en las ondas con la claridad del alba. Aunque la mayoría de sus compañeros prescindían de ellos, él reconocía en privado su condición de fetichista de la voz. Le proporcionaba placer abocinar los labios y relajarlos a continuación, sacar la lengua y moverla de un lado a otro ante el asombro de los demás conductores o ir soltando poco a poco el flujo del aire en largas expiraciones hasta controlarlo de manera perfecta. En cuanto llegó a la redacción saludó a los compañeros (era capaz de saludar a cuatro o cinco personas situadas en extremos diferentes casi al mismo tiempo, combinando manos, cejas, sonrisas y palabras con una coordinación asombrosa) y se sentó en su cabina junto al micrófono, solo ante el peligro del globo informativo dispuesto a estallarle a uno en la cara en cualquier instante.

No tardó ni dos segundos en levantarse del asiento como impulsado por una dentellada para saludar a su jefe, empleando al tiempo manos, cejas, sonrisas y palabras, pero sin resultar empalagoso, por supuesto. Volvió a sentarse y de nuevo las dentelladas amenazaron con arrancarle el pantalón. Corrió en busca de una hoja con las noticias del día actualizadas, ya que una inclusión de ultimísima hora convertía en estéril el documento que tenía frente a él. Una vez reunida toda la información comenzó la lectura apresurada. Mientras leía tomaba apuntes, tachaba frases, subrayaba nombres y corregía datos. Leía y redactaba al mismo tiempo en una carrera contra el reloj, que dictaba su vida en forma de boletines informativos. Para el de las ocho apenas faltaban cinco minutos, se había retrasado por la inclusión de la noticia sobre el accidente mortal en la A-2 y no tendría tiempo de practicar la locución. Esperó la señal del técnico de sonido y comenzó su interpretación:

“Hola qué tal, muy buenos días. Dos personas han fallecido esta tarde cuando circulaban…”

Se esforzaba en la entonación de cada sílaba, en alterar los matices de su voz para mantener la atención de un oyente que, acaso medio dormido a esas horas tempraneras, debía despertarse al son de sus palabras. Podría decirse que su trabajo se fundamentaba en disimular la monotonía que, en el fondo, le provocaban todas sus informaciones, y en narrar cada noticia como si fuera extraordinaria, única, reveladora del destino de la humanidad. En este engaño había logrado cierta maestría. Su jefe estaba muy contento con él y le había confiado, pese a su corta edad, el liderazgo de los informativos de la mañana.

Sobrepasaba el mediodía de una jornada llena de accidentes y declaraciones crispadas de políticos cuando las agencias de noticias propias y ajenas se colapsaron: extraterrestres. Esa era la única noticia, increíble aunque aparentemente cierta, con imágenes que le otorgaban credibilidad y testimonios que narraban, llenos de asombro, lo inverosímil. La redacción fue quedándose vacía, a los periodistas radiofónicos, educados en el valor supremo de la palabra y en la obligación inexcusable de informar, solo les gobernaba su instinto, su deseo de ver con sus propios ojos, porque no les bastaba con oír o leer lo que otros dijeran ni con examinar lo que otros fotografiaran: querían VER lo inverosímil y se marchaban corriendo en su búsqueda.

Víctor se quedó en la redacción con la única compañía de su sentido ineludible del deber, que no conocía el descanso ni la excepción a la norma y para el cual todo giraba en torno al próximo boletín informativo, para el que faltaban cinco minutos. Recapituló la información que pudo recabar en Internet e improvisó un texto que leería justo al terminar las señales horarias, ni un segundo antes ni una décima después. Repitió sus ejercicios respiratorios y bucales, acudió a la mesa de mezclas, llena de botones, palancas y luces cuyo significado había aprendido unos diez años atrás, y lo dispuso todo para que su voz resonara como un trueno en la tempestad informativa.

“Hola qué tal, muy buenos días. Es la una del mediodía, hora de un informativo marcado por un acontecimiento extraordinario. Según informaciones provenientes de numerosas agencias de noticias, un grupo de extraterrestres ha aterrizado en nuestro planeta durante los últimos minutos. Los primeros datos llegaron a la redacción a las 12:15, cuando se produjeron avistamientos en Madrid, y enseguida se multiplicaron los avisos hasta abarcar toda la península. Se desconoce la forma en que han llegado a la Tierra, aunque algunos informadores han mencionado la presencia en los campos de extraños objetos, similares a balsas gigantescas, que quizá utilicen como medio de transporte. Por las fotografías de que disponemos, los alienígenas alcanzan un tamaño comparable al de un niño de siete u ocho años y son de diversos colores. En la posición central de lo que parece su rostro tienen una única esfera, de color también cambiante, y en la ubicación de las orejas poseen antenas de unos 20 cm de largo. Sus brazos casi no sobresalen del resto del cuerpo y cuentan con pequeñas protuberancias que emplean para agarrarse a los objetos. Se desconoce la cantidad de extraterrestres que han llegado a la Tierra, así como sus intenciones. En posteriores boletines informativos trataremos de ampliar los detalles sobre la invasión.”