sábado, 29 de enero de 2011

Yo soñé que nacía en un poema

Yo soñé que nacía en un poema.

De cristal en cristal me deslizaba,

arrugándome en cada ola del camino.

Una brisa celeste acariciaba mis párpados,

sin abrirlos nunca.


En un amanecer se rompió el sueño

y me desmayé en este mundo.

Desorientado en el desierto floral que ante mí se abría,

los ojos me los cerró el pánico,

las orejas me las tapó el ruido

y la peste me arrancó la nariz.


Busqué a tientas la brújula del misterio,

perseguí mi sombra deseando que me alcanzara,

creí tocar el cielo en una noche estrellada,

y aun hoy anhelo el paraíso en este infierno.


Pero, ¿cómo acaba mi historia?

Acaso se enderece el curso junto a una palabra,

y a empellones se desboque vida bastante

para derribar todas las montañas de mi mente.

O tal vez se pierda en la ensenada una lágrima

donde yazcan mis soñadas esperanzas.

martes, 18 de enero de 2011

Ensayo sobre la locura

Decía un viejo amigo mío que existe algo más importante que la lógica: la imaginación. Mientras bebíamos toda clase de bebidas alcohólicas en la algarabía de un bar neoyorquino, yo negaba esa supuesta supremacía de la imaginación y afirmaba la existencia de algo mucho más importante: la locura. Esto último solo me atrevía a decirlo cuando había bebido al menos medio litro de vodka.

Ahora que mi amigo, que si mal no recuerdo se llamaba Alfred y era director de cine, ha fallecido (digo ahora aunque tal vez ocurriera hace más de treinta años), puedo afirmarlo con total serenidad y sin una gota de alcohol en sangre: la locura es el estado superior de la imaginación. Porque incluso ésta se halla sujeta por el yugo de la realidad. Solo a través de la locura es posible una creación original y rabiosa.

Existen tantos tipos de locuras como seres humanos en el mundo. De hecho, las personas solo se vuelven verdaderamente interesantes cuando se dejan gobernar por la locura que les es propia. Hay que pensar, hacer y decir locuras. Sin embargo, no se deben hacer las locuras que se piensan, sino otras, pues una vez meditada y contemplada con reiteración, la demencia se convierte en cábala y más tarde en cálculo. Y, por supuesto, jamás se debe pensar la locura que se dice. Ésta ha de brotar de la pura sinrazón, que es la madre de todas las locuras. Tampoco el humor se concibe sin ellas.

El ser humano nació irracional y no debe apartarse nunca de su naturaleza, al menos no de un modo definitivo, ya que eso supondría matar al ser humano. La sociedad seguirá funcionando solo mientras sea posible concebir locuras y realizarlas, solo mientras sea posible vencerla. Por supuesto tampoco deben despreciarse la lógica ni la razón, cuyo conocimiento es sin duda importante, sobre todo porque nos facilita la realización del delirio. Lo que sí debe desterrarse por completo es la idea de lo imposible: ninguna locura es imposible. Para hacerla realidad basta con creer en ella sobrepasando el límite de nuestra convicción. Claro que no hay garantías de lograr nada, pero tampoco debía de tener muchas esperanzas el espermatozoide que nos engendró, ¿verdad?

La locura es la esencia que nos da y nos quita la vida. Nadie puede arrebatarnos esta fuente de la que mana todo impulso vital. Pueden quitarnos la ropa, la comida, el empleo, al ser amado. Pero solo uno mismo puede despojarse de su locura, ¡y ésa es la única que no recomiendo!

miércoles, 12 de enero de 2011

Votamos para no botar




El paro y la crisis económica han convertido a la clase política actual en una dificultad añadida, una rémora que atenaza la recuperación. El desprestigio y la impopularidad atesorados en los últimos meses por Zapatero se han unido a los que Rajoy ya traía de fábrica. Los fuegos fatuos oratorios de ZP, antes suficientes para prender la tacañería democrática de su rival, se han extinguido en los arenales del desempleo. Pero llega la hora de apuntar a los responsables de elegir a los responsables: nosotros, los ciudadanos.

¿Qué patrones, secretos como el voto, seguimos para elegir a los políticos? El continuismo y la pasividad, principalmente. Para verlo no hay más que recordar las últimas elecciones, y las anteriores y las anteriores. Felipe González ganó cuatro seguidas, pese a que las finales estaban salpicadas por casos graves de corrupción. Aznar también ganó dos, y quizá su delfín se hubiera impuesto en una tercera de no haberse producido el atentado del 11-M, que dejó al Gobierno en evidencia. Y todo ello a pesar de que había recibido muchas críticas por el uso abusivo de su mayoría absoluta. Con todo, el PP partía con ventaja en las encuestas un mes antes de las elecciones. Incluso las Cortes franquistas tuvieron que votar su propia disolución. Si no, quién sabe…

Mi conclusión es que tiene que estallar un detonante muy fuerte para que se produzca un cambio en el Gobierno. Una bomba nuclear, vaya, y ésa puede ser la crisis. O tal vez no baste. Los ciudadanos somos incapaces de botar a los políticos que lo hacen mal, y sólo recogemos sus cadáveres después de que ellos mismos se hayan suicidado.

domingo, 2 de enero de 2011

Una conversación de fragmentos

-Esta vez vamos a hablar claro tú y yo.
-¿Tú y yo? ¿Eso significa que no somos la misma cosa?
-La misma cosa, jamás. Pertenecemos, eso sí, a la misma entidad corporal. Habitamos el mismo cuerpo, pero no somos en absoluto lo mismo.
-No lo entiendo.
-Ese es el primer error: querer entenderlo todo. No es necesario en absoluto. Lo primero que debes hacer es liberarte de tus pensamientos. No de todos, por supuesto, pero sí de aquellos que te hacen retroceder en vez de avanzar.
-¿Avanzar hacia dónde?
-Hacia la muerte, desde luego.
-Preferiría alejarme de la muerte, mientras sea posible.
-Ese es otro error fundamental: el miedo a la muerte anula todo placer de la vida. Uno debe saber que cada segundo que transcurre lo acerca sin remisión a su muerte orgánica. De ello se infiere que… ¡puedes hacer lo que te venga en gana!
-Tengo sueño.
-Duerme, entonces.

(Unas dos horas más tarde)

-¿Qué tal has dormido?
-Bien, pero mal. Es decir, no entiendo por qué se ha acabado así, de repente. He notado la ligereza del sueño, el alivio del dolor, y de pronto vuelvo a estar despierto.
-Despertar es lo mismo que renacer. Nunca se está preparado para ello. Ahora debes concentrarte en esa sensación de levedad. Debes hallar la manera de fluir en una corriente generada por ti mismo. Soñar despierto sin contornearse ni tropezarse con las propias ambiciones… ésa es tu meta.
-Yo despierto solo tengo pesadillas.
-Porque no estás auténticamente despierto. Cuando duermes estás despierto, y cuando estás despierto duermes sin soñar.
-¿Es usted Platón o Freud?
-Solo soy una parte despierta de ti mismo.
-Si tanta sabiduría tienes, ¿qué haces dentro de mí?
-Yo no estoy dentro, sino a tu alrededor. Siempre que trato de mirarte me das la espalda y sales corriendo. No desespero, sin embargo, de enseñarte todavía una parte de lo que ya sabes.
-¿Aprender es recordar?
-Aprender es olvidar lo que te han enseñado.
-Empiezo a pensar que eres Mefistófeles.
-No voy a comprarte el alma. Tan solo pretendo revalorizarla.
.-Sí, ya me han quedado claras tus buenísimas intenciones. Pero sigo sin saber quién eres. Para empezar, ¿desde dónde me estás hablando?
-Te hablo tanto desde la parte derecha de tu cerebro como desde la izquierda. Mis palabras describen un circuito interconectado con el mundo exterior.
-Ah, entonces eres un virus.
-En ese lenguaje, yo sería más bien un actualizador.
-Me estás dando dolor de cabeza.
-Necesitas reiniciarte, eso es todo. Te duele la cabeza porque la tienes muy dura y frágil.
-¿Cómo…? Bah, déjame en paz.
-No tienes que pensar en lo que digo. Simplemente asúmelo y relájate. Ya es hora de que te levantes de la cama. Predigo que afuera el sol resplandece. Las sábanas no te protegen: te asfixian.
-Yo predigo que fuera hace frío y hasta puede que llueva. ¿Ahora te haces pasar por el hombre del tiempo?
-No hay hombre del tiempo, sino tiempo del hombre. El tiempo es el único préstamo que no tenemos que devolver. Deberíamos estarle agradecidos, en lugar de culparlo de nuestras desdichas.
-Me voy a levantar, pero solo para dejar de oírte.
-¡Magnífico!