miércoles, 12 de enero de 2011

Votamos para no botar




El paro y la crisis económica han convertido a la clase política actual en una dificultad añadida, una rémora que atenaza la recuperación. El desprestigio y la impopularidad atesorados en los últimos meses por Zapatero se han unido a los que Rajoy ya traía de fábrica. Los fuegos fatuos oratorios de ZP, antes suficientes para prender la tacañería democrática de su rival, se han extinguido en los arenales del desempleo. Pero llega la hora de apuntar a los responsables de elegir a los responsables: nosotros, los ciudadanos.

¿Qué patrones, secretos como el voto, seguimos para elegir a los políticos? El continuismo y la pasividad, principalmente. Para verlo no hay más que recordar las últimas elecciones, y las anteriores y las anteriores. Felipe González ganó cuatro seguidas, pese a que las finales estaban salpicadas por casos graves de corrupción. Aznar también ganó dos, y quizá su delfín se hubiera impuesto en una tercera de no haberse producido el atentado del 11-M, que dejó al Gobierno en evidencia. Y todo ello a pesar de que había recibido muchas críticas por el uso abusivo de su mayoría absoluta. Con todo, el PP partía con ventaja en las encuestas un mes antes de las elecciones. Incluso las Cortes franquistas tuvieron que votar su propia disolución. Si no, quién sabe…

Mi conclusión es que tiene que estallar un detonante muy fuerte para que se produzca un cambio en el Gobierno. Una bomba nuclear, vaya, y ésa puede ser la crisis. O tal vez no baste. Los ciudadanos somos incapaces de botar a los políticos que lo hacen mal, y sólo recogemos sus cadáveres después de que ellos mismos se hayan suicidado.

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