miércoles, 28 de julio de 2010

Mentiras y recuerdos

Cuando la madre de Isaac le preguntó a su hijo de doce años por qué había tardado tanto en regresar de la escuela, el chico le respondió que estaba haciendo los deberes en la biblioteca. Un par de chicles con sabor a menta y un buen lavado de manos hicieron el resto. Su madre no se enteró de que Isaac fumaba hasta que éste cumplió los 18 años.

Era un chaval bajito, con orejas de conejo y nariz de camaleón. Sus brazos flácidos contrastaban con la fortaleza de sus cabellos, siempre desmelenados sobre los hombros. Isaac descubrió a los doce años el poder de la mentira y jamás se le ocurrió contrastarlo con el poder de la memoria.

A los quince años, Isaac ya había cubierto todas las lagunas de su mente con los charcos de su imaginación. Si olvidaba comprar el pan, de inmediato se recobraba inventando un examen de física. Si suspendía un examen, enseguida fraguaba ante sus padres una conspiración en su contra.

Asentado en el vicio de inventar, a Isaac se le ocurrió que podía vivir de ello. Sin embargo, le abrumaba la idea de crear historias. Prefería que otras mentes diseñaran los argumentos y los personajes. Después él se encargaría de darle vida incluso al guión más pétreo.

Isaac vivía en la ciudad de Zaragoza desde que tenía memoria. Aunque nacido en Calatayud, sus padres se mudaron a la capital aragonesa en busca de mayor protagonismo político. Una vez convencido de su vocación de actor, Isaac no dudó en presentarse en el Teatro Principal de Zaragoza para ofrecer sus servicios. Su padre, Concejal de Cultura del Ayuntamiento y juguete apacible de las mentiras de su hijo, movió los hilos necesarios para que Isaac hablase en persona con la directora del Teatro.

-Sólo les pido que me prueben. Denme los papeles más difíciles, aquellos que los actores profesionales consideren imposibles de representar. Estoy dispuesto a trabajar gratis, hasta que les convenza de mi valía.

-Y entonces pedirás una fortuna.

La directora, una antigua actriz ya jubilada, tenía unos setenta años, una voz de cuervo granizado y al menos tres cicatrices en su rostro: a Isaac le pareció que la más grande asemejaba la forma de una estrella.

-Ay, chiquillo. Así que quieres ser actor. Veamos, ¿qué experiencia tienes?

En la mente de Isaac se encendió el recuerdo de una charla familiar. Él no era natural de Zaragoza. Dudó un instante; podía ser Calatayud o Terrer. No estaba muy seguro, ¿pero qué diferencia hay entre la mentira y el recuerdo?

-Tengo experiencia en el teatro de Terrer, señora.

-¿En el teatro de Terrer? ¡Pero si en Terrer no hay más teatro que el de las putas! ¿Acaso has trabajado allí, bribón?

-No, no, señora, en absoluto —repuso Isaac, abochornado. Es que yo… eh…. Como usted sabrá, la vida no es más que teatro. Y la vida está en la calle. Eso es, empecé a trabajar en la calle y…

-¡Y en la calle te condeno a trabajar!

2 comentarios:

  1. Hola, querido. No sabía que tenías un blog.

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  2. Lo mismo digo. Me pasaré con gusto por el tuyo. Un beso muy fuerte (que nunca duele).

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